El parque del Tibidabo forma parte de la historia cultural, sentimental y patrimonial de Barcelona. Con 110 años de historia, ha vivido dos guerras mundiales, la Setmana Tràgica, una guerra civil, una dictadura militar, la caída del comunismo, unas olimpiadas de verano, la muerte de Copito de Nieve y el descubrimiento de Leo Messi. Es uno de los puntos cardinales de la ciudad, un horizonte elevado gracias al que uno siempre sabe situarse. Pero más allá del punto lacrimógeno, este templo de la diversión también es un negocio que ha tenido que evolucionar y adaptarse. Crisis, amenazas de cierre y un sonado caso de corrupción llevaron al ayuntamiento a hacerse cargo, hace ahora 10 años, de la gestión del parque. Ahora, tras una década de control público, el Tibidabo deja los números rojos y consolida unos beneficios, 1,2 millones en el 2009, que le permiten afrontar el futuro con solvencia y, lo que es más importante, vuelve a ser un lugar estimado por los barceloneses.
El ayuntamiento heredó un centro lúdico que perdía dinero y cuya imagen se había deteriorado por culpa de unas atracciones obsoletas y una administración llena de interrogantes. Joan Clos lo rescató de una subasta en la que sobrevoló la idea de un precio pactado a la baja. Era el 2000 y el entonces alcalde aseguraba en este diario que el Tibidabo «tenía que ser público», algo que logró ese mismo año y que blindó en marzo del 2005 al modificar el plan general metropolitano.


CiU insta a seguir el modelo del Bicing y dejar que una empresa privada administre el complejo El parque gana dinero desde el 2005 y considera que los 600.000 visitantes al año son la cifra ideal.

Dani Freixes y Lali Bosch soñaron juntos un Tibidabo distinto. Arquitecto y pedagoga imaginaron un centro lúdico y educativo, un parque de atracciones que las escuelas pudieran añadir a su agenda de visitas anuales, esa en la que no faltan el Museu de la Ciència, una fábrica de leche o cava y el Zoo de Barcelona. En esa sugerente visión, los dos ideólogos de la montaña mágica perseguían un doble objetivo: «educar más alla de la diversión y desestacionalizar el parque, esto es, que el complejo pueda estar abierto y servir a la ciudad durante todo el año».
Bosch y Freixes recibieron el encargo de reinventar el Tibidabo a finales del 2002, en las mismas fechas en las que Carles Martí, entonces presidente de la empresa que gestiona el parque y concejal de Sarrià-Sant Gervasi, presentaba las principales novedades del complejo, como la futura y polémica montaña rusa o las mejoras en el transporte público. Propusieron convertir la cota 500 en un paseo gratuito, potenciaron las atracciones históricas –noria, atalaya, avión, autómatas y espejos– y plantearon crear un centro, al que bautizaron como Ingenium, que aglutinara «la creación y el desarrollo de actividades culturales más allá de las atracciones». «Creemos que el parque no debe limitarse a ser un destino de fin de semana y por eso nos pusimos a trabajar en un proyecto que fuera atractivo para los colegios», resume Freixes.

CUESTIÓN DE PRIORIDADES / Muchas de sus propuestas vieron la luz, pero el Ingenium, el gran proyecto, la idea que más les gustaba comentar y de la que más orgullosos estaban, se guardó en un cajón aquejado de falta de presupuesto. Rosa Ortiz, directora del parque, reconoce que el Tibidabo debía primero hacer frente «a otras prioridades, como las carencias en los accesos a Collserola», aunque avanza que este centro, que debería ocupar el espacio de las actuales oficinas, se incluirá en el nuevo plan de futuro a 10 años que ya se está redactando. «Todavía no podemos adelantar una fecha, pero el Ingenium será una realidad», promete la responsable del complejo.
Freixes y Bosch querían dar protagonismo «a todas las personas que se dedican a la cultura infantil» mediante un edificio semisoterrado que conectara con otros puntos del parque. La idea era que los niños entraran solos, sin adultos, y que, mediante un sistema de túneles, parecido a una madriguera, fueran descubriendo distintas disciplinas artísticas (cine, teatro, pintura...). «Vemos el Tibidabo como un lugar de creatividad, como una oportunidad para potenciar el ingenio de los jóvenes más allá de la simple diversión», define Freixes, al que ayudaron en este menester Lali González, Vicenç Bou y Vicente Miranda.

PACTO «SIN MIEDOS» / Para lograr que el parque dé el salto definitivo hacia «una dimensión más cultural», este arquitecto receta «un gran pacto, sin miedo y decidido, entre todas las fuerzas políticas». Con la experiencia de haber trabajado para otros parques europeos, Freixes recuerda que el Tibidabo es «un fragmento de la Barcelona urbana a la vez que un pedazo de Collserola», lo que obliga, considera, a dar un «trato especial» a este rincón de la capital catalana en el que cada ciudadano «guarda un pedazo de su infancia».

CUENTAS CLARAS / El alcalde Jordi Hereu aseguraba en diciembre pasado que el parque de atracciones es la empresa que mejor funciona del ayuntamiento, una observación que no fue gratuita y que quizás fundó en los números. El negocio perdió dinero hasta el 2005 –cuatro millones de euros en el 2002, 1,7 en el 2003 y 772.000 en el 2004–, en un tiempo en el que la montaña mágica se dedicaba a sobrevivir y a tratar de recomponer el desaguisado heredado de la quiebra voluntaria presentada por la empresa Grand Tibidabo.
«A partir de ese momento –relata la directora del parque, Rosa Ortiz–, pudimos empezar a plantear inversiones y a hacer frente al préstamo que tuvimos que pedir para sacar adelante el proyecto». El balance positivo de las cuentas permitió impulsar un plan director elaborado por el arquitecto Dani Freixes y la pedagoga Lali Bosch, que, en resumen, proponía potenciar las atracciones históricas e idear alguna nueva, dejar libre de pago la zona de paseo de la cota 500 y construir un centro de creatividad para niños y jóvenes.
No se logró todo, pero el parque ha pasado de 407.513 visitantes en el 2002 a 617.903 en el 2009, quizás la mejor demostración de que la ciudad ha vuelto a confiar en su templo de las atracciones. Ortiz considera que la cifra de 600.000 visitas anuales (unas 4.300 al día) es la ideal para las dimensiones del Tibidabo y permite un «equilibrio económico remarcable». «Aspirar a aumentar este número –añade– supondría colas más largas y reducir la comodidad».

CLIENTES MUY ACTIVOS
/ Una de las mayores virtudes del parque es la fidelidad. Cerca de 20.000 familias suben un mínimo de tres veces al año a Coll-
serola para disfrutar de las atracciones, lo que les da un bagaje y una experiencia que la dirección aprovecha en beneficio del recinto, ya que cerca del 75% de las mejoras propuestas por los visitantes, señala Ortiz, acaban haciéndose realidad.
Uno de los mayores orgullos del ayuntamiento es haber logrado que el número de personas que suben en transporte público supere al de los que usan el vehículo privado. La estadística está ahora 60% contra 40%, cuando hace unos pocos años era todo lo contrario. Más bus, mayor frecuencia de tranvía y acondicionamiento de la carretera que llega a la cima han dejado para el recuerdo esa imagen tan tragicómica, aquella de centenares de vehículos amontonados en los arcenes y miles de personas andando por el asfalto mientras los retrovisores de los coches les rozaban los traseros.

«CLAROSCUROS»
/ Joan Puigdollers, presidente del consejo de distrito en Sarrià-Sant Gervasi y miembro del consejo de administración del parque vislumbra «claroscuros» que no le convencen. Este concejal de CiU asegura que un ayuntamiento no debe gestionar un parque de atracciones, «como tampoco controla restaurantes u hoteles».
La formación nacionalista propone que sea una empresa privada la que gestione el recinto, manteniendo, eso siempre, la titularidad pública del negociado. Puigdollers pone como ejemplo el servicio del Bicing, vigilado desde la distancia por BSM –la misma empresa pública que vela por el Tibidabo– pero gestionado por Clear Channel tras ganar un concurso público.
Los gestores del parque apuntan que la playa es uno de los competidores históricos más duros, aunque la historia parece demostrar que su peor enemigo podría ser el mismo Tibidabo.