Llegó el día. Sin aún creérnoslo, nos vamos a Alemania a celebrar el Halloween Voyage X. Los nervios se empiezan a apoderar de mí en el momento en que cierro la maleta, y pienso que ya está. Que nos vamos. Luego la tengo que volver a abrir porqué no he puesto ningún tipo de pantalón largo, solo los pantalones cortos que llevaba encima. Hubiera sido muy pero que muy divertido.
Tengo la sensación de que no nos vamos a un Voyage. No sé por qué, aunque es así. Quizá por qué se hace lejos de casa, y que será diferente al que estábamos acostumbrados. Pero los cambios siempre son buenos, y la experiencia seguro que es inigualable.
Nos encontramos en la estación de Sants junto con @uspablo @edudito y @jagones para irnos dirección al aeropuerto. Nos vamos un día antes, para así poder disfrutar el viernes de todo el día en Europa Park. Facturamos las maletas, no sin antes abrirlas tres veces para sacar ordenadores, tablets, cámaras de fotos, las baterías, cargadores... Un poco más y nos llevamos todo el equipaje en la mano.
El vuelo de hora y media se vivió como quince minutos, al menos yo, que caí rendido después de despegar. Al llegar al aeropuerto, teníamos un coche de alquiler esperándonos, que no pudimos coger ya que nos pedían una fianza de 1500€, que felices y guiris de nosotros elevados al exponencial, en pantalón y manga corta allí, con el frío que hace. Solo me faltaban las chanclas y los calcetines.
Estas son las cosas que marcan un Voyage, que en el momento no sabes qué hacer, pero después te ríes. Cogimos un bus hasta la mitad del recorrido, y allí un taxi hasta nuestra destinación: Rust. Durante ese viaje en taxi ya vivimos un pre-pasaje del terror, ya que el conductor no veía de cerca, y no bajó de 160 km/hora en casi todo el viaje. Al menos nos llevó hasta el destino, que al principio no lo encontrábamos, y nos veíamos rondando toda la noche por las oscuras, desiertas y llenas de niebla calles de Rust. Y de esa niebla aparecen de repente los dueños de la casa de acogida donde vamos a pasar la noche. Hay un montón por todo el pueblo, y supongo que mucha de la gente debe vivir de eso, ya que en el pueblo hay tres restaurantes, dos supermercados y poca cosa más.
Aquí ya pudimos comprobar la gran amabilidad de la gente de Rust: el taxista, en vez de irse y dejarnos allí solos como podría pasar aquí en casa, llamó a la casa para ver donde estaba, y los dueños nos enseñaron todo nuestro apartamento, enorme y muy cuidado, incluso dándonos las buenas noches en español. Hasta nos acompañaron al Hotel común al día siguiente. Amabilidad pura. Y aunque nos cueste dormir, después de una buena ducha de agua caliente, y una manzana –ya que no teníamos nada más que comer que eso y un bote de pimienta que había en un armario, o chupar los filtros del café- caímos rendidos en la cama.